Napoleón Gómez Urrutia
Las tremendas tragedias que sufre el país en estos días deberán ser motivo de importantes reflexiones de todos los mexicanos. Se está demostrando, en primer término, que nuestro pueblo es algo muy importante y notable en su solidaria y generosa reacción ante la desgracia. Lo hemos estado diciendo en México y nos lo advierten en el mundo. Un pueblo así tiene todo el derecho a la vida libre y a la dignidad, así como al pleno disfrute del bienestar. El desgarramiento que toda catástrofe trae consigo nos ha puesto en el camino de entender nuestra verdad como nación y sociedad.
Se está demostrando, en segundo término, que muchas cosas andan mal, muy mal, en nuestro país, en la sociedad y en la política, pues además del desastre de la naturaleza, debida a los terremotos y a los huracanes, estos fenómenos nos sorprenden con una situación social tan lamentable o más que las tragedias mismas. El país tiene ya décadas de sufrir agresiones y atentados a su orden social, a su forma de vivir, que debería ser igualitaria, y sólo se han beneficiado unos cuantos privilegiados y en perjuicio de las inmensas mayorías del pueblo mexicano.
Esto se advierte en todos los ámbitos de la nación y sectores de la actividad económica. La evidencia que las actuales catástrofes exhiben, es esa: un México de pobreza y desigualdades extremas. Y cuando estas tragedias ocurren, afectan principalmente a los que menos tienen, a los que más desamparados se encuentran, como si estos no tuvieran ya demasiadas necesidades y problemas en su vida diaria, producto de la falta de oportunidades y de trabajos dignos, justos y decentes.
Los fenómenos de la naturaleza han venido a destapar las desigualdades y la pobreza, siempre cercanas a la miseria, y han apagado los esfuerzos oficiales que se miran impotentes, desesperados y hasta dramáticos, por meter orden en el esfuerzo de auxiliar a la población, con el fin de pretender, aunque ya sea al cuarto para las 12 del presente sexenio, que el gobierno sí hace por el pueblo lo que no quiso o no supo hacer durante los cinco años anteriores.
Si a eso le agregamos la manipulación y los errores de una comunicación social desbordada y lanzada más a la búsqueda del raiting que de la verdad, tenemos una ciudadanía que sigue siendo ignorada y engañada en estos momentos extremos, por quienes debían informarla con la verdad y no con las fantasías de auxilios que caóticamente se le distribuyen a los núcleos populares, frecuentemente sin sentido, manteniendo así las imágenes de desigualdad social que son evidentes en la pantalla televisiva, aunque quisieran ocultarlas o maquillarlas.
El hecho relevante es la infinita, vigorosa y generosa solidaridad del pueblo con el pueblo, que hace verdadera la afirmación de que sólo él podrá al final de cuentas salvarse a sí mismo. La cantidad de personas, hombres y mujeres, adultos y, especialmente, jóvenes, incluso niños y discapacitados, que se han lanzado al rescate de los miles de damnificados en los estados y en la capital de la República, denota que tenemos una reserva de energía social y de coraje popular que tiene que resultar triunfante en esta confrontación con la madre naturaleza y con los yerros y abusos humanos que se siguen cometiendo.