José María Carmona
No se sabe si vale la pena luchar por los derechos humanos en este país cuando se violan sistemáticamente por el Estado, los niveles de gobierno y cualquier autoridad del poder público.
Cuando en la constitución en el articulo 1° están establecidos y la discriminación esta prohibida en todos los ámbitos de la vida social.
Así es estimado lector, luchar por los derechos humanos a veces es causa perdida, dentro de una cultura autoritaria producto de un régimen con las mismas características que sobrevivió 71 años, es decir el régimen del partido único del PRI que gobernó en ese tiempo en México.
Durante todo ese periodo la visión de un país homogéneo, sin diferencias de minorías nacionales donde todos los mexicanos éramos iguales porque la revolución mexicana había hecho justicia social y el estado de bienestar efectivamente había elevado el nivel de vida de los mexicanos.
Tal vez el centralismo presidencial fue la mejor forma de dominio territorial donde el “señor” presidente imponía gobernadores y presidentes municipales, lo que don Cosío Villegas llamo el estilo personal de gobernar.
Las minorías nacionales fueron borradas del mapa y los indígenas fueron sujetos de una visión fundamentada en la antropología norteamericana donde se le consideraba objeto de una cultura “desaparecida” y no como sujetos sociales con derechos a su identidad, a la conservación de su lengua y su cultura, al igual del dominio sobre su territorio y sus recursos naturales, fue la insurgencia zapatista la que sacudió al sistema político mexicano y la conciencia nacional de que los mexicanos no éramos todos mexicanos sino diferentes, diversos y con derechos humanos y sociales.
Pero el régimen Priísta a toda manifestación de la diversidad social, política y cultural la anulo para darle sentido a su dominación política de explotación y opresión.
De esa manera, las minorías nacionales, los indígenas, mujeres, los homosexuales, las personas con discapacidad se quedaron sin voz y sin derechos en un mundo de la supuesta igualdad “nacional”.
La disidencia fue a callada como los movimientos estudiantiles de 1968 y 1971; las cárceles se llenaron de presos políticos, mientras que surgía un movimiento guerrillero del país que fue liquidado con la guerra sucia.
Es imposible en este espacio hablar de la historia de los movimientos sociales y políticos de los últimos 40 años porque faltaría precisión histórica.
Pero la versión oficial siempre hablo de la “unidad nacional” porque la Revolución Mexicana había triunfado frente a los conservadores y era símbolo de “justicia social”.
Por lo tanto, las minorías sociales no existían ni tampoco deberían de existir, porque las decisiones gubernamentales eran tomadas por un solo hombre, el presidente.
El camino de la democratización del país ha sido largo, sangriento, donde muchos luchadores sociales han caído en esta batalla, que paradójicamente tuvo su desenlace por la vía electoral, cuando Vicente Fox y el PAN ganaron la presidencia y con ello cayó la dictadura perfecta, inaugurándose el régimen democrático, un gran triunfo ciudadano y popular.
La estructura de dominación política se desborono al paso del tiempo y así surgieron diversos movimientos sociales y políticos entre ellos los de las minorías nacionales, como ya se menciono.
Las reivindicaciones por los derechos sociales de las minorías nacionales y por el respeto a sus derechos humanos, políticos y sociales se deben de considerar como una gran conquista del movimiento democrático del país.
Pero las visiones autoritarias, contra las minorías sociales parecen en tiempos recientes resurgir y prueba de ello es la desaparición de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa.
Hoy ha quedado demostrada la violación sistemática de los derechos humanos de manera cotidiana por el Estado mexicano, las diferentes autoridades incluyendo a las personas con discapacidad.
Es por ello que salta la pregunta ¿vale la pena seguir luchando por los derechos humanos en el país?