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Categoría: Analístas Invitados
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Publicado el Miércoles, 06 Febrero 2019 07:47
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Bernardo Barranco V.
Cómo hacen falta obispos como don Sergio. La Iglesia sería diferente, cercana a la gente; en especial a los más pobres y marginados. Don Sergio no sólo era valiente, sino un hombre de espiritualidad profunda. Un pastor con humor y gusto por la vida. Conocí a don Sergio Méndez Arceo en 1975, en un seminario del Movimiento Internacional de Intelectuales Católicos, Pax Romana (MIIC). Fue un encuentro latinoamericano efectuado en Agua Viva, hermosa casa de retiros de los dominicos al pie de los emblemáticos volcanes de México: el Iztaccíhuatl y el Popocatépetl. Dos horas para llegar ahí desde el oriente de Ciudad de México. Entonces tenía 20 años, pertenecía a los estudiantes de la Acción Católica Mexicana y ayudaba en tareas logísticas del evento, era el chofer. Me sentía privilegiado al escuchar voces tan brillantes como la de Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff, Enrique Dussel, Luiz Alberto Gomes de Souza, Jaime González Graff y muchos otros. Había preocupación en los 70 por la creciente violencia de los regímenes autoritarios militares en la región. La democracia estaba fracturada en el continente y la represión alcanzaba a la Iglesia. A escala de la estructura eclesial, se constataban las regresiones en el Celam encabezadas por su entonces secretario, el colombiano y siniestro Alfonso López Trujillo. La bipolaridad de la guerra fría había penetrado el tejido latinoamericano dentro y fuera de la Iglesia. Don Sergio, hizo acto de presencia bien comenzado el encuentro. De inmediato hizo sentir su presencia. Era poseedor de un carisma recio que impresionaba: un hombre alto, robusto, voz grave, mirada serena y penetrante; un sentido del humor que desarmaba. Un protagonismo involuntariamente escénico, su sola estampa imponía y focalizaba la atención: su brillante calva, túnica blanca impecable y su puro cubano lo confirmaban como un personaje extraído de la literatura, tenía un aire patriarcal. No era histriónico, como el obsipo brasileño Hélder Câmara, ni sencillo y humilde como Leónidas Proaño de Río Bamba, Ecuador. Don Sergio por su porte era un gladiador de la fe.
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