El presidente de Haití, Jovenel Moïse, fue asesinado la madrugada de ayer por un comando armado que ingresó a su casa, donde también resultó herida su esposa. De acuerdo con el primer ministro Claude Joseph, los asesinos eran extranjeros que hablaban inglés y español, pero hasta el cierre de esta edición no existían evidencias que confirmaran o desmintieran la versión del premier. Por su parte, el embajador de Puerto Príncipe en Washington, Bochhit Edmond, afirmó que los atacantes se identificaron como agentes de la Administración de Control de Drogas de Estados Unidos (DEA), aunque descartó que realmente lo fueran. Para aumentar la confusión, el diplomático también sostuvo que las autoridades haitianas desconocen el paradero, las motivaciones y los orígenes de los asesinos, e incluso si permanecen en el país o ya salieron de él.
En el momento de su muerte, Moïse enfrentaba una grave crisis de gobernabilidad y legitimidad: desde enero de 2020 gobernaba por decreto debido a que expiró el mandato de los diputados sin que se hayan realizado nuevas elecciones legislativas. Cinco meses antes del atentado letal, el Consejo Supremo de la Judicatura decretó el fin inmediato del mandato de Moïse, y su gobierno respondió afirmando que frustró un plan de golpe de Estado que incluía el asesinato del presidente.
El magnicidio es la más reciente y trágica demostración de la extremada debilidad del Estado haitiano, el cual se revela incapaz de preservar siquiera la vida de su gobernante. La ausencia de una institucionalidad mínimamente funcional expresa de forma cruda las condiciones de desamparo en que sobreviven los 11 millones de habitantes de esta nación que fue la primera de América Latina y el Caribe en lograr su independencia, mas no pudo sustraerse al colonialismo, el esclavismo, el imperialismo, y el intervencionismo perpetrados por las grandes potencias occidentales.
Esta nefasta herencia sumió al país en una inestabilidad política crónica y la dejó inerme ante una serie de desastres naturales que habrían desafiado las capacidades de cualquier Estado, pero en este lado de La Española resultaron catastróficos. Es de temerse que el asesinato de Moïse conduzca a una nueva espiral de violencia, cuyas principales víctimas serían los millones de haitianos que ya enfrentan la mayor pobreza del continente.