Rosa Elvira Vargas
La Ciudad de México y su movimiento en el primer día de la fase 3 ante el coronavirus: para muchos, algo que inevitablemente llegaría, pero que al mismo tiempo ven como el inicio del final de la pesadilla.
Otros, en cambio, la tomaron más de forma alarmante y de nuevo invadieron los supermercados para abastecerse.
Lo único verdadero es que la ciudad ayer martes lució calles más vacías y donde ahora sí son excepción –sólo respecto de transeúntes– quienes no portan cubrebocas.
Como la pasa pegado al televisor cuando no tiene que salir a trabajar, don Fernando González, sentado ayer en la banca de un parque junto a unas hojitas blancas con anotaciones que sólo él entiende, lanza frases que proyectan cómo recibió mucha gente la noticia de la pandemia de Covid-19: con miedo y expectativa.
Sin posibilidad de acceder a los programas oficiales de apoyo, porque apenas tiene 62 años y no mantiene familia, don Fernando –peinado impecable, ropa sencilla y pulcra y una coqueta vanidad porque asegura no aparentar esa edad– asegura: creo que están manipulando todo; no veo congruencia. Mire, antes se hablaba todo el tiempo de la violencia, de los asesinatos, y eso ya no se ve hoy. Siento que ocultan algo. Y yo, como voy al día y trabajo de manera independiente, no me puedo quedar en casa, y por eso lo percibo.
Teje varias teorías conspiratorias darwinistas y ofrece explicaciones realistas: “Esto está paralizado y no sé si la sociedad lo aguante. Creo que en muchas acciones que toma el gobierno hay ‘plan con maña’. Los créditos para los pequeños comercios sólo son para quien tenga a sus trabajadores en el IMSS. ¿Pero de dónde? Si tienen una tortería, venden chácharas, tamales, por ejemplo, nunca han podido inscribirlos. Los beneficios no son parejos. Ofrecen apoyos, pero todos son condicionados...”
Llegar a la fase tres en México fue como un fuerte e inevitable mazazo.
Don Pedro, que vigila (y vive) en una marmolería sobre la avenida División del Norte, lo resume: es la más difícil y peligrosa.
Una ilusión
Pero dentro de todo y con alarde de la información que absorbe a todo momento, este hombre de 65 años mantiene la ilusión, aunque lejana, de que un día por fin la dichosa curva de la pandemia empezará a aplanarse y esto por fin terminará.