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Categoría: Analístas Invitados
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Publicado el Jueves, 02 Marzo 2017 12:47
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Octavio Rodríguez Araujo
Personalmente desconfío de quien tiene fobia a los gérmenes, no bebe alcohol, no fuma y no toma café. Hitler tenía hábitos similares, valga la analogía, aunque ésta no explique nada. Pero, además, Trump debe su fortuna al negocio inmobiliario, que está ligado, quiérase o no, a varios de los sectores más corruptos en Estados Unidos: los sindicatos de constructores y transportistas de materiales de construcción, con frecuencia y desde hace muchos años ligados a mafias relacionadas con el narcotráfico, trata de blancas, contrabando y demás. Alguien debería investigar con lupa ese pasado de Trump; seguro que algo turbio y deshonesto sale, como sugiere la novela de Justin Scott cuyo título en español fue La venganza (1991), referida precisamente al mundo de la mafia de Nueva York y a los constructores, entre los que citó, aunque fuera de soslayo, al mismo Trump.
Al margen de lo anterior, lo menos que se puede decir del presidente de Estados Unidos es que es inestable, caprichudo, narcisista, voluntarioso, paranoico (Obama está detrás de las protestas en mi contra), atrabancado y un auténtico y mediocre aprendiz de política, principal razón por la que nunca debió llegar a la Casa Blanca. El conjunto de estos y otros defectos del republicano permite caracterizarlo como despótico, y un gobierno despótico es el único que, en opinión de los antiguos legisladores estadunidenses, podría prohibir la libertad de expresión como ha sido contemplada en la Primera Enmienda de la Carta de Derechos de ese país que, entre otras garantías, establece la libertad de expresión y de prensa. La actitud y las descalificaciones de Trump a New York Times (NYT), CNN, NBC, CBS y otros medios de gran prestigio en el mundo no sólo atenta contra la libertad de prensa, sino que es una invitación a inhibirla por aquellos que se identifiquen como el pueblo del que esos medios son enemigos, según la acusación del déspota a mediados de febrero. Cabe recordar (vuelvo a las analogías) que por ahí empezaron Hitler y su poderoso ministro de propaganda, Joseph Goebbels. Lo que siguió es conocido por todo el mundo, pero no puede pasarse por alto que, a diferencia de la época del nazismo en Alemania y países conquistados, en los tiempos actuales es impensable que el déspota se salga con la suya. Nótese si no que el NYT ya se enfrentó a su denostador y, en lugar de callarse, ha aumentado sus críticas al gobernante. En Hollywood ha pasado algo semejante.
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