- Detalles
-
Categoría: Analístas Invitados
-
Publicado el Martes, 22 Junio 2021 12:31
-
Visitas: 471
Vilma Fuentes
De pronto, caen las máscaras. Después de más de seis meses de confinamiento, toques de queda, mascarillas obligatorias en la calle y en los establecimientos públicos, con cines, discotecas, museos, restaurantes, terrazas y comercios no esenciales cerrados, un progresivo y lento desconfinamiento se inicia en Francia. El largo invierno, una primavera más bien raquítica y un sol ausente en pleno mes de mayo no podían contribuir al optimismo de los franceses. Al fastidioso hartazgo del encierro durante este tercer confinamiento se agregó la angustia del temor a una nueva ola de contagios que termine por conducir a un cuarto enclaustramiento. Las discusiones de la alta jerarquía del poder, los comités científicos y expertos sanitarios, divididos entre quienes optan por dar preferencia a la salud pública y quienes temen el desastre económico, se alargaban en titubeos y medias medidas de una administración que parecía haber perdido la brújula. Un día, se adelanta el toque de queda, otro día, se le retarda. Excedidos, muchos jóvenes, tan elogiados por su solidaridad con las personas de edad durante el primer confinamiento, comenzaron a rebelarse aquí y allá contra el encierro y la prohibición de congregarse en muchedumbre para hacer la fiesta. Al fin, se concedió un primer respiro con la autorización de abrir las terrazas de cafés y restaurantes. Apertura celebrada con una verdadera explosión: las terrazas desbordaron de gente durante los primeros días al extremo de no poder hallar una silla libre al atardecer. El toque de queda debió retardarse, pues la gente no obedecía y los agentes policiacos no se daban abasto para hacerlo respetar. Y días antes de la autorización a abrir el interior de cafés y restaurantes, comercios diversos y lugares de recreo, se levantó la obligación del porte de mascarilla en la calle.
Leer más...