José Blanco

El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) está mediáticamente activo. Así lo muestran las intervenciones públicas del subcomandante Moisés, las del subcomandante Galeano, así como diversos artículos en los que se califica al gobierno de Morena y al presidente López Obrador, como neoliberales, y se contrasta su proyecto con el del EZLN.

No son comparables esos proyectos porque se trata de movimientos de orden distinto. El EZLN nació como un movimiento político que optó por detenerse y convertirse en un movimiento social defensor de un programa de reivindicación de los pueblos originarios; Morena es un movimiento y un partido político que ganó electoralmente el poder del Estado de manera abrumadora, y que defiende un programa para el conjunto nacional.

Con el antecedente del Caracazo –febrero y marzo de 1989–, que fue la primera revuelta social latinoamericana, espontánea, contra el neoliberalismo, el primero de enero de 1994 hizo su aparición pública el EZLN en guerra contra el Estado mexicano. En alguna fecha de ese año, el subcomandante Marcos dijo en una entrevista probablemente realizada por Ignacio Ramonet: “Cualquier defensa de la humanidad, ahora, es una lucha contra el neoliberalismo, como antes fue contra el fascismo, a mediados de este siglo XX que está por terminar… Podemos decirlo así: el cuerpo de la rebelión zapatista es indígena y el corazón de la rebelión es el de la dignidad de todos los excluidos que en el mundo están contra ese poder…” El neoliberalismo aparece aquí, se advierte, reflexionado con amplitud, viendo la inmensa cantidad de los afectados. Se trata de un alzamiento consciente, el primero, contra el totalitarismo neoliberal, lucha que el EZLN hace entroncar con la de los indígenas (los marginales de los marginados), y más allá, con la de todos los excluidos del mundo que resisten al poder neoliberal. Aún más, históricamente esa lucha se enlaza con la bandera primordial de la Revolución Cubana: la dignidad.

El alzamiento de los zapatistas y su narrativa tuvieron un peso decisivo en las decisiones tomadas contra el neoliberalismo por los más diversos movimientos y partidos latinoamericanos. Esas luchas del Sur se volvieron gobiernos antineoliberales y actores y autores de gestas formidables: como nunca, salieron decenas de millones de la pobreza, se abatió el analfabetismo, llegó la salud y la educación, hubo ingentes obras públicas, las sociedades vivieron transformaciones profundas.

El EZLN razonó de forma distinta: para qué tomar el poder del Estado si tendremos encima al poder neoliberal internacional. En los hechos, renunció a asumir la dimensión histórica del conjunto social nacional. Migró así, desde un momento fugaz programático de orden político de gran alcance, a fortificarse en un movimiento social reivindicativo de la dignidad de los pueblos originarios. Es afortunado que haya sido así, pero fue infortunada la abdicación de su anunciada lucha contra el neoliberalismo. Proclamó un programa contra ese flagelo salvaje, pero no intentó desplegarlo en el conjunto social, buscando provocar esa creación de sentido antineoliberal, entre las mayorías excluidas; una lucha en la que quedaran amalgamadas la derrota del neoliberalismo y la reivindicación de la dignidad indígena. Un plan con el mejor balance entre libertad e igualdad, pudo haberlo adoptado una mayoría.

De entre lo dicho por las izquierdas zapatistas, contra el gobierno de Morena, se ha señalado que para el EZLN la única lucha antineoliberal posible es anticapitalista. No es casual que se le nombre así: anticapitalista; no podemos aún nombrar lo que seguirá al capitalismo. Que el capitalismo tendrá un fin, resulta trivial: todas las formaciones sociales lo han tenido y lo tendrán. Pero el después del capitalismo no está a la vista.

El capitalismo neoliberal deshizo toda posibilidad de imaginar cómo crear una alternativa de futuro al capitalismo. Su promesa de abundancia resultó cierta para el 1%, y dividió a la sociedad entre los que tienen lo inimaginable, los consumidores insaciables –poseídos por el miedo a descender en la escala social–, y los excluidos; pulverizó a la sociedad, profundizando el individualismo como nunca; corrompió el organismo social y la política, hasta lo más profundo; acabó con las certezas que hubo en gran parte del siglo XX, fuera el progreso de todos –cuestión de tiempo–, fuera la hazaña de enterrar al capitalismo y construir una sociedad socialista y después comunista.

No hay en ninguna parte un sujeto político organizado potente, con un programa y un diagnóstico sobre el capitalismo globalizado y sus tendencias actuales, que posea la estrategia política internacional para superar al capitalismo. Nadie ha dicho que no pueda surgir en el futuro. Nadie ha negado que todo pueda terminar en la distopía imaginada en Mad Max: todo erial de la tierra y de los hombres; todo violencia descarnada para la sobrevivencia. No hay rumbo predeterminado.

Las críticas de la posición anticapitalista, al presente mexicano, son inasibles.

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