Gustavo Esteva
El miedo siempre ha formado parte de los arsenales bélicos. Ha sido, desde tiempo inmemorial, un arma muy eficaz, que incluso puede ser letal.
El miedo actual de los gobiernos no surgió por accidente. Se formó cuando las manifestaciones más graves y evidentes del colapso climático y sociopolítico generaron en ellos una bien fundada sensación de ineptitud: descubrieron que no sabían cómo enfrentarlo y que no podían ni querían hacer lo que se requería; quedaban sin funciones. Su miedo aumentó ante movilizaciones populares incontenibles y creativas, a menudo causadas por esas incapacidades, cada vez más evidentes para todas y todos.
Debemos seguir causando ese miedo, decir una y otra vez que sabemos que no saben ni pueden. Pero hemos de hacerlo conscientes de los límites y riesgos de esta arma poderosa: pocas cosas hay tan peligrosas como un gobierno en pánico.
El miedo se está usando también contra nosotros. Es una de las armas principales de las élites del mundo entero, que aprendieron pronto a usar el Covid-19 como coartada para disimular el verdadero carácter del colapso en que nos encontramos y que habían contribuido a crear. Descubrieron también que podían emplear el miedo para suscitar obediencia sin precedentes en toda la población, para someterla a control. Y lo crearon.
De las pocas cosas que sabemos con cierta certeza sobre la experiencia mundial es que la condición sicológica y anímica influye decisivamente en la capacidad de resistencia ante el virus. Nada peor que la angustia, la depresión, la desesperación. No sólo debilita la capacidad inmune de cada quien, sino que puede crear las condiciones que en ciertos casos producen la muerte.
Por eso es tan irresponsable y criminal el miedo que han creado. La absurda y obscena contabilidad de cuerpos, el juego de los modelos matemáticos para anticipar la evolución estadística de la infección y la mortalidad, la agresiva campaña que induce una obediencia pasiva a políticas insensatas que afectan gravemente la vida cotidiana de todas las personas, todo esto configura un uso agresivo del miedo como arma en la guerra que se libra contra todos nosotros.
Necesitamos librarnos de él, aún a sabiendas de que les dará mucho miedo saber que hemos perdido el que ellos provocan y que esto, al aumentar su pánico,