José Cueli
Un resfriado noqueador me impidió asistir a la corrida que daba por terminada la temporada. No fue tan fácil porque a las ocho de la noche proseguía el regalo de toros. A ese paso se van a vaciar las ganaderías de machos; sólo quedarán las vacas cantando y bailando. En el recuerdo las corridas de aniversario y en especial el último toro de los Encinos que mucho me gustó. Toro con bravura excepcional que lamía con el hocico el dulce del redondel.
Jose Bergamin y su arte de birlibirloque que sabe que en toda acción y obra del hombre, Dios pone siempre la mitad o no la pone y tiene que ponerla el diablo.
Es frecuente en gran parte de Andalucía y llamarle duende a un cierto sentido del misterio que ofrece singular significación. Una cosa tiene misterio, tiene duende, en el andaluz cuando parece que se mueve algo, es más que alma o espiritualidad indefinible, algo que le presta un no se qué extraño y estremecedor de oculto, de profundo y a la par inasible.
Federico García Lorca tiene ese espritillo sutil, misterio escondido que diría Don Miguel Cervantes y lo escribió en su novela la Gitanilla: “ese extrañísimo estremecimiento. Misterio de índole singular, que tiene para los Andaluces en el cante, en el baile, en el toreo ese famoso ‘no se qué’ que se le añade y trasciende las virtudes de cada una de esas artes que son el toreo el cante y el baile andaluces”.
Misterio indefinible no sólo la gracia, aunque cuente con ella como colaboradora, no es la inspiración o la musa o el ángel que dijo el poeta granadino.
El cantaor Manuel Torres decía que el cante o el toreo o el baile no es bueno ni malo de por sí, sino por el gusanillo que se mete dentro. Al paso que vamos el duende mexicano no va a terminar con la temporada de corridas.
Para terminar quiero agradecerle al cronista inigualable Heriberto Murrieta sus cariñosos comentarios en que me incluye con la compañera de toda mi vida.