Carlos Martínez García

La purificación de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en el Zócalo fue una ceremonia religiosa. Además, los oficiantes del acto, ante quienes el nuevo Presidente se arrodilló, tienen antecedentes que hacen dudar de la representatividad que dicen tener de los pueblos indígenas.

En varias ocasiones ha quedado escrito en este espacio que la laicidad del Estado es buena para el Estado, pero que es todavía mejor para las iglesias y grupos religiosos existentes en México. La tentación de gobiernos por extender las bases de legitimidad puede llevar a la búsqueda de endosos simbólicos, y para dar éstos no faltan liderazgos, en este caso religiosos, dispuestos a conceder lo solicitado por el poder en turno.

El rito del sábado, que tuvo lugar después de la toma de posesión del cargo presidencial y el discurso que le sucedió, fue un agregado innecesario. Lo considero así porque entre los más de 30 millones de votantes que hicieron posible la victoria de López Obrador sufragaron personas de todo tipo. En este sentido, la votación en favor de AMLO ha sido la más ecuménica de todas las precedentes. Lo apoyó en las urnas población católica, evangélica, tradicionalista, judía, atea, de nuevos cultos y creencias. Igual se volcaron a las urnas en pro de él indígenas, mestizos y criollos (el diccionario de la RAE, en su primera acepción los define como personas descendientes de europeos).

El ceremonial purificatorio del Presidente lo encabezó un pretendido gobernador indígena, de nombre Hipólito Arriaga y bien conocido por dedicarse a venderle la idea, a quien quiera comprársela, de que habla por los pueblos indios de México. Hipólito es acomodaticio, antes puso su hueco puesto de gobernante indígena al servicio del priísmo. Así lo demuestra, y brinda otros datos interesantes, Marcos Matías Alonso, investigador titular del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social.

La espuria representatividad de Hipólito Arriaga, junto con quienes se sumaron a él y participaron en la purificación del nuevo presidente, prohijaron una ceremonia más cercana a la neomexicanidad proclamada por Antonio Velasco Piña, cuyo mayor instrumento divulgador ha sido su libro Regina: 2 de octubre no se olvida (relectura del movimiento estudiantil de 1968 en clave mística), que a la diversidad realmente existente de los pueblos originarios de México. En el templete abundaron mestizos que se han apropiado de creaciones culturales indígenas, o, más bien, de lo que ellos y ellas han recreado como esencia auténticamente india.

Los pueblos indios de México son diversos, viven cotidianamente un proceso de intensa diversificación y están lejos de ser lo que la representación, tal vez no sea erróneo llamarle performance, del Zócalo mostró a los allí reunidos y a los millones que siguieron la transmisión por Tv o redes sociales. El rito, en el que abundaron invocaciones a los cuatro puntos cardinales, amuletos, rezos y copal, como escribió ayer en estas páginas Luis Hernández Navarro, conllevó entregar un símbolo sin valía real, porque la misma idea de un solo bastón de mando que represente al conjunto de los pueblos indígenas del país ha sido cuestionada por múltiples intelectuales indios y autoridades comunitarias. Es una invención. Los bastones son símbolos de autoridad de cada comunidad, tribu o nación.

AMLO es un personaje de convicciones religiosas. Por lo mismo en sus discursos y proyecto transformador hace continua alusión a frases cuya fuente reconocen pocos de sus oyentes. En variadas ocasiones y ante distintos auditorios ha mencionado que no sólo de pan vive el hombre, alusión al Evangelio de Mateo 4:4 (que a su vez retoma Deuteronomio 8:3). También gusta repetir que nuevas circunstancias requieren novedosas soluciones, para lo cual con recurrencia cita que no debe ponerse el vino nuevo en botellas viejas, eco de Marcos 2:22. Otra cita bíblica que desliza frecuentemente es Isaías 32:17, que dice que la paz es fruto de la justicia. Una cita más de la Biblia que gusta mencionar es el Salmo 85:10, donde se lee que la justicia y la paz se besaron.

Lo simbólico es importante, pero no a costa de hacer descansar en ello las tareas cotidianas que deben implementarse. El presidente tiene tras de sí un gran capital político, y es la hora de ponerlo en activo para lograr la transformación prometida. Conforme avance su sexenio lo que más contará serán los resultados. Mientras tanto, es farisaico exigirle logros, pero también es exagerado creer que estamos ante cambios inminentes. Para ponernos a tono con máximas cuyo origen es bíblico y de las que podemos echar mano en estos primeros días del nuevo gobierno y los tiempos que vendrán, recordamos que la naturaleza del árbol se conoce por sus frutos (Mateo 7:16).

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