León Bendesky

El mercado de acciones en Estados Unidos pasa por el ciclo de expansión más grande de su historia. Son ya más de 3 mil 450 días –más de nueve años– sin que se registre una severa corrección, o sea, sin una caída de más de 20 por ciento del nivel máximo alcanzado hasta ese momento.

El récord anterior ocurrió con la burbuja especulativa asociada con las empresas de tecnología (llamadas entonces dot com) y que colapsó el mercado en 2001.

El diario The Wall Street Journal describió la recuperación como surgida de las cenizas de la crisis financiera de 2008 y apunta que esto desafía a aquellos que cuestionaban el poder del mercado para sostenerse.

Esta es una hipótesis arriesgada, propia de quienes operan en el mercado y de ese famoso diario especializado en cuestiones financieras. En lo que acierta, sin duda, es en denominar las consecuencias de la crisis como cenizas.

De ellas renacieron el mercado financiero compuesto por los grandes bancos, los fondos de cobertura (hedge funds) y las bolsas de valores, pero no por un efecto mitológico al que parece muchas veces asociarse el carácter del capitalismo contemporáneo.

No, esos mercados y esas empresas renacieron por las acciones específicas emprendidas por lo bancos centrales, especialmente la Reserva Federal, los bancos de Inglaterra, el Central Europeo y el de Japón. Inundaron con dinero fabricado electrónicamente, que era contabilizado como deuda, los mercados e hicieron posible que las instituciones financieras jugaran de nuevo el papel central de la supuesta reconfiguración de las transacciones.

Esa deuda, pública en efecto, se emitió a tasas de interés prácticamente de cero, los grandes bancos recompusieron sus balances, que estaban de hecho quebrados, no prestaron a las empresas para elevar la producción. Y al mismo tiempo desviaron los recursos para acrecentar la especulación, incluso con sus propias acciones.

Esa historia está expuesta en varios libros, entre ellos, los del ex gobernador del Banco de Inglaterra, Marvin King: El fin de la alquimia, y de Nomi Prins : Colusión, que expone el poder enorme y sin control político que adquirieron los bancos centrales en la gestión de la crisis.

Este es el marco en el que se debe ubicar la larga expansión del mercado accionario. Se le asocia usualmente con la recuperación de la economía estadunidense e incluso de la global.

La recuperación es muy desigual entre los distintos sectores de la economía, privilegiando a los servicios y, sobre todo, a las empresas de tecnología que representan 22 por ciento del crecimiento de los índices accionarios. Entre ellas sólo Apple da cuenta de 4.1 por ciento; junto con Amazon, Microsoft Netflix y Google significan más de 40 por ciento de las ganancias del índice S&P (Standard & Poor’s).

La recuperación del sector productivo no ha ido al mismo ritmo y tampoco la del empleo y el ingreso de familias. Las distorsiones económicas son muy grandes. Quienes invierten en el mercado accionario son aquellos que tienen el control de la riqueza (es cierto que se incluyen los muy ricos fondos de pensiones) y eso hace que ésta se concentre aun más en la parte alta de la pirámide.

Los analistas no prevén que el ciclo expansivo esté por agotarse. Muchos trabajan para los empresas que ganan con el largo auge. Pero la boga no se extenderá por tiempo indefinido, sobre todo ahora que la Reserva Federal intenta devolver cierta normalidad a la política monetaria mediante el aumento de las tasa de interés y el recorte de la expansión de dinero fabricado.

Uno de los indicadores más usados en materia de inversión bursátil es el relativo a los precios de las acciones con respecto de las utilidades de las empresas, los llamados múltiplos. Otro tiene que ver con la valuación en términos de precios de las acciones de una empresa y su valor real en el mercado.

Cuando esos indicadores se disparan empiezan las alertas entre los inversionistas. Pero estos no actúan de manera racional como quiso en una época imponer la teoría económica convencional. La especulación es un comportamiento primordial del mercado financiero y tiende a extenderse hasta el límite.

Esa fue precisamente la experiencia del periodo de las hipotecas chatarra que disparó la crisis de 2008, misma que provocó políticas de expansión monetaria y desajustes estructurales en los canales de inversión y de consumo que no se han superado.

No puede preverse el momento en que acabe el auge accionario, lo que la historia financiera dice es que la especulación no puede extenderse sin fin.

Una nota más que anecdótica es que el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, dijo hace unos días que el fin del rescate de Grecia apuntaba a la solidaridad con ese país tras su profunda crisis. La realidad es que la sociedad griega quedó destrozada.

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