Bernardo Barranco

En esta elección quedó entredicho la existencia del voto religioso como muchos afirmaron y otros vendieron. La existencia del voto religioso es una polémica que se ha acrecentado, en particular por la irrupción evangélica en la política de muchos países latinoamericanos. En las agendas de todos los candidatos, en la pasada elección, contemplaron estrategias para congraciarse con las iglesias ¿El voto religioso es un mito de la clase política, de analistas toscos y de actores religiosos que quieren llevar agua a su molino? O efectivamente los principios religiosos son o pueden ser determinantes para el momento crucial de cruzar la boleta electoral.

Desde Vicente Fox, en aquella alternancia panista de 2000, se ha venido operando un uso político de lo religioso. Peña Nieto y el Grupo Atlacomulco otorgaron a la jerarquía católica en 2012, durante el proceso electoral, la reforma al artículo 24 sobre libertad religiosa que resultó una reyerta política mayúscula entre partidos e iglesias. La tradición liberal laicista de la clase política se ha venido erosionado. Predomina el pragmatismo y el cortoplacismo electoral que ha llevado a partidos y políticos a relacionarse con las iglesias con el interés de conquistar nichos electorales. Se opera una impostura religiosa de políticos que se quieren congraciar con feligresías como mercados de votos. La clase política establece relaciones clientelares con ministros prominentes y miembros del alto clero de estructuras religiosas. Es decir, los partidos establecen redes de intercambio de bienes y servicios materiales, relacionales y de poder con diversos ministros de culto. La clase política busca complicidad clerical para alcanzar niveles de legitimación perdida que ofrecen los liderazgos. Los actores religiosos buscan privilegios y plataformas que posicionen sus ­agendas.

Pero, ¿qué es el voto religioso, católico y evangélico? Es una entelequia, una suposición audaz que sostiene que un creyente, por serlo, seguirá los dictámenes de su jerarquía, o pastor, y cumplirá con sus designios. El voto religioso es aquel que se ejerce corporativamente bajo el poder de las convicciones religiosas que decretan la orientación a un creyente para emitir el sufragio en la urna. Para votar por el candidato o partido, que sea afín con el aval de la Iglesia. El voto religioso puede ser de castigo, como Norberto Rivera intentó demostrarlo en 2016 cuando Peña Nieto avaló los matrimonios igualitarios. Dicha inducción política, se dice, es bajo los designios divinos, pero no es más que la manipulación ideológica de la fe. Esta inducción puede ser abierta, por presión o por consigna. En principio, es una práctica antidemocrática que tiene como propósito concentrar la votación en favor de una causa política con la que hay intereses compartidos. Se viola uno de los principios básicos de la democracia moderna que establece que el voto debe ser libre y secreto.

En el caso de la Iglesia católica, como en casi todas las iglesias, la dificultad real para inducir el voto de su feligresía parece evidente, porque no es una estructura homogénea. El laberinto católico es espeso y complejo. La Iglesia está filtrada por todas las corrientes ideológicas y políticas de la sociedad. Y más: está engarzada a corrientes teológicas presentes en la Iglesia a escala mundial. Por tanto, difícilmente podría demostrarse la incidencia y menos eficacia del clero en las preferencias electorales. De los más de 30 millones de votos que obtuvo AMLO uno supondría que cerca de 25 millones son católicos, pero no podría afirmarse que AMLO fue el candidato católico ni que la Iglesia católica en tanto estructura jugó en su favor. La fe y los valores pueden incidir, pero no de manera determinante. Militantes católicos de la ultraderecha encuentran más afinidades con Donald Trump que con el propio papa Francisco. El Frente Nacional para la Familia, vinculado al Yunque, podrá incidir en un sector de la Iglesia, pero no en toda. El Yunque y sus organizaciones sí tienen claro el voto católico. Un verdadero católico debe votar por su agenda obsesiva en torno al aborto, familia tradicional, contra los homosexuales, causas de mujeres, eutanasia, etcétera. ¿La gran mayoría de católicos tienen clara esa agenda?

El caso del PES es elocuente, no alcanzó su registro porque los evangélicos votaron por AMLO pero no por el PES. Aunque obtuvo vía la negociación cerca de 55 diputados federales y siete senadores, una gubernatura y varias alcaldías; su porcentaje de voto nacional no alcanzó el requerido 3 por ciento para mantenerlo. No hubo tal voto religioso evangélico que el propio Érik Flores vendió a Morena y antes junto con Rosy Orozco lo hizo con Felipe Calderón en 2006. El PES es una paradoja del llamado voto religioso.

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