José Cueli

El vuelo de unos palomos desplazados de su palomar en las alturas hacia el Zócalo de la Ciudad de México, fueron luminosidad en el misterio de la apoteosis lo-pezobradorista en la hora dorada mexicana. La noche se hizo larga y parecía nunca terminar.

Las curvas del vuelo de las palomas dechado de donaires que ágiles se cimbraban con inflexiones lánguidas en soberbio airón político. El mismísimo patio del Zócalo fue el espacio atemporal, donde se conocían, reconocían, despedían y volvían a reconocer a la luz de la alegría que había declinado y se volvía a prender.

Era blanca, muy blanca y reluciente la cabeza de la paloma de ojos negros como infierno. De su faz voluptuosa el enérgico perfil la dilataba. Embrujaba al palomo que lentamente se enloquecía y desafiaba a los miles que gritaban y vitoreaban con la fuerza de su alegría.

En el Zócalo sobresalían los palomos y el vuelo fue la flor y nata del palomar. El aleteo era batir de palmas, toque de guitarra ranchera, no se diga cuando tronaba los dedos de la palma de su pata ¡eso era palomeo!

En el pico la paloma lucía las más preciadas flores que habían caído en el Zócalo y ofrecía al palomo después que se abrían los rosales con la llovizna.

Diminuta la pata, bajo el cuero siempre lista para provocar la pata del palomo la pisaba y a cada provocación, erotizaba a los que seguían el romance de los palomos, tan breve era la pata del palomo que se quedó prisionero de la paloma al hacerse invisible cuando giraba en el caderamen de su amada.

Sócrates hacía una descripción parecida –no tan cursi– para definir en qué consistía una impresión. ‘‘De miles de palomas que surcan el espacio y no podemos atrapar. En un momento conseguimos tomar la pata de la paloma y con ella al palomo”. En esta ocasión celebrando la victoria del nuevo presidente electo de nuestro país. El vuelo de los palomos atrapado por los miles y miles de festejantes que se reunieron durante la noche quedó grabada en la mente de México. Noche inolvidable para los miles de mexicanos que ejercieron su voto por Andrés Manuel López Obrador.

En la misma forma que el resto de los festejantes obradoristas, algunos éramos prisioneros del atrapamiento palomero y ciegos quedamos atrapados al airón nocturno lleno de palomería que hacían gemir a los palomos. Todo al conjuro de una noche armónica que destilaba los cuerpos y las elásticas alas cimbraban el suave vuelo de su triunfo.

Los palomos atrapados por la muchedumbre se quedaron amándose en el centro del Zócalo, esperando la siguiente fiesta e ir a acompañar al resto de las palomas. Los asistentes en el Zócalo fueron la esencia del México que no aparece e improvisadamente dejó su huella en el Zócalo de la ciudad. Me gustaría comparar esta manifestación de fiesta cívica con las de las manifestaciones de Ciudad Universitaria al Zócalo en 1968. La unión espontánea se dio cita este primero de julio.

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