Leonardo García Tsao

El director japonés Hirokazu Kore-eda cuenta con el raro privilegio de ser conocido en México, pues varias de sus películas se han distribuido en nuestro país (previo estreno en la Muestra de la Cineteca, casi siempre). Así, se ha tenido la oportunidad de apreciar su gusto por las historias familiares y el tacto y sutileza con las que las aborda.

Su realización más reciente, Manbiki kazoku (en inglés se le ha puesto el título de Shoplifters, el término intraducible para designar a los ladrones de tiendas) trata sobre una familia proletaria que vive toda junta, hacinada en un solo espacio reducido. El padre Osomu (Lily Franky) y el niño Shota (Jyo Kairi) recogen a una niña pequeña, Yuri (Sasaki Miyu) abandonada en la calle, con huellas de maltrato. Sin más, tras una breve consulta con la madre (Ando Sakura), deciden adoptarla. Donde comen cinco, comen seis.

Aunque Osumo trabaja en una construcción, su verdadero oficio es el de ladronzuelo que le ha enseñado a Shota el arte de robar en tiendas de autoservicio. Mientras la abuela (Kiki Kilin) vive de cobrar la pensión de su marido muerto. La familia vive, pues, de la transa. Pero se las arreglan para pasarla bien. Sin embargo, el arresto inevitable de Shota descubre que la familia no es lo que parece.

Desde luego, eso provoca la separación de los niños y las consecuencias judiciales. Kore-eda es demasiado inteligente para explotar esa situación con fácil sentimentalismo. Manbiki kazoku conmueve porque sabemos que, por ejemplo, Yuri era más feliz con su familia adoptiva que con sus verdaderos padres clasemedieros, sin que se subraye demasiado el contraste. Aunque no es la mejor película de su autor, ha sido suficiente para mantener la calidad de la competencia.

Quincena de Realizadores

No obstante, el estreno más importante del día estuvo en la Quincena de Realizadores. Se trata de Cómprame un revólver, coproducción mexicano-colombiana, dirigida por Julio Hernández Cordón, quien tiene ya siete largometrajes en su haber. Además, ha tenido el mérito de reinventarse en cada instancia consiguiendo ahora su mejor realización a la fecha.

La película podría definirse como una fantasía futurista. En un territorio salvaje, los narcos han tomado el poder. Las mujeres han desaparecido y los pocos hombres civiles desempeñan labores serviles. En esa realidad áspera, la pequeña Huck (la encantadora Matilde Hernández Guinea, hija del realizador) ayuda a su papá drogadicto (Rogelio Sosa), quien atiende un campo de beisbol para que jueguen los narcos. Ella y otros niños serán la última forma de justicia.

A pesar de lo terrible del planteamiento, todo está filtrado a través de la mirada inocente de la niña. La poesía visual que asomaba en Te prometo anarquía (2015) es ahora predominante y el efecto es totalmente persuasivo. Mucho habrá que hablar de la película cuando se estrene en México.

Como la competencia acapara el espacio, pocas oportunidades hay para mencionar a la Quincena, que ha sido llevada a lo largo de siete años con singular eficacia por el buen amigo Édouard Waintrop, frecuente invitado al festival de Morelia.

Con su selección coherente y atinada, la Quincena se ha vuelto en ese tiempo una opción siempre considerable ante los excesos de la sección oficial. Por desgracia, es el último año de Waintrop en el cargo.

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