Pedro Salmerón Sanginés

Siempre pensé que Florence Cassez formaba parte de la banda de secuestradores en la que jugaba un rol destacado su novio, Israel Vallarta. ¿Por qué lo he pensado durante todo este tiempo? No por el burdo montaje que muestra que los medios están al servicio del poder; no por la verdad histórica presentada por los policías, jueces y políticos de alto nivel de los dos sexenios panistas. No por confianza en unas instituciones de administración de justicia corresponsables de los inauditos índices de impunidad. No en una policía que viola sistemáticamente los derechos humanos. No: he pensado todos esos años que Cassez y Vallarta son culpables porque escuché a las víctimas y leí sus testimonios.

Ahora, Jorge Volpi sembró en mí una duda poderosa con Una novela criminal (Alfaguara, 2018). Una novela documental o novela sin ficción, en la que explica documentadamente, hasta la náusea, hasta el terror, los métodos policiales mexicanos y las irregularidades (mejor dicho, ilegalidades) de la administración de justicia. Salvo algún policía, algún juez, algún Ministerio Público aislados (y casi todos los ministros de la Suprema Corte), todo el aparato policiaco y de procuración de justicia queda exhibido a lo largo del estudio del expediente del caso Cassez-Vallarta. Queda al descubierto hasta llenarnos de terror y rezar para nunca caer en sus manos, sea uno inocente o culpable. Salvando las distancias entre comuneros indígenas rebeldes y presuntos secuestradores, recordé la última frase del preámbulo de Redoble por Rancas, la primera balada de la guerra silenciosa contada por el inmortal Manuel Scorza: Ciertos hechos y su ubicación cronológica, ciertos nombres, han sido excepcionalmente modificados para proteger a los justos de la justicia.

La tortura y la falsificación de testimonios, la mentira para ocultar la mentira, el papel siniestro de personajes como Genaro García Luna, la guerra de espejos entre Felipe Calderón y Nicolas Sarkozy, la complicidad (mayor de lo que sabíamos) de Carlos Loret de Mola (y Televisa) van quedando al descubierto en una trama que parecería fantástica, si no fuera dolorosamente real.

Pero, sin adelantar las conclusiones de Volpi, de­bo decir que hay un lado flaco en el libro: su desdén por los testimonios de las víctimas de los secuestradores, sobre todo quienes identificaron a Vallarta y Cassez: Valeria Cheja, Cristina Ríos y Ezequiel Elizalde. Volpi no tiene con estas víctimas la misma empatía que tiene con las víctimas del abuso de poder: Cassez y Vallarta. Nunca les concede la misma credibilidad ni considera que en muchas ocasiones las declaraciones cambian conforme se diluye el terror, ni que hay aspectos en los que pueden pasar años para que la víctima sea capaz de reunir el valor de confesar. Sobre todo si, culpables o no Vallarta y Cassez, la banda o el resto de la banda sigue libre y amenazante (como reconoce Volpi, al advertir todas las pistas que nunca siguieron las autoridades policiacas).

Así, sobre los diversos reconocimientos de Vallarta-Cassez hechos por esos testigos, Volpi asienta que el primer día, sea como fuere, Valeria reconoce en la foto a la persona que se encuentra parada al lado del Volvo como el mismo que participó en su secuestro. Y 11 años después, sin temor, con distancia y aplomo (los adjetivos son de Volpi), vuelve a dar su testimonio: Hoy; Valeria sigue convencida de que Vallarta es el Patrón. Más allá de todas las contradicciones, fabulaciones, maquinaciones y manipulaciones policiacas que Volpi desvela, Valeria lo reconoció entonces y hoy sigue convencida de ello.

Si ante la declaración de Valeria, Volpi mantiene cierto equilibrio, éste se pierde por completo cuando descalifica aquella carta de Cristina, tras la que dice que no volverá a hablar en público (como no lo ha hecho). Sobre ese desgarrador testimonio, Volpi declara: leámosla y preguntémonos si es su voz, o la voz de alguien que quiere hablar a través de ella, como un ventrílocuo. Luego, sobre nuevas declaraciones que Volpi descalifica, me pregunto, ¿no es verosímil? Cristina no reveló, no confesó el horror vivido, sino hasta que apareció la posibilidad de que aquellos a quienes ella identificaba como sus secuestradores, podían salir libres. Sobre Ezequiel, el tercer testigo, prefiero abstenerme.

Tras leer el libro, no sé si Cassez es o no secuestradora (sí, de creer a las víctimas, y les creo), pero sí veo que será casi imposible saberlo a ciencia cierta algún día. No sé si Israel Vallarta es secuestrador, pero sí sé que lleva 13 años en la cárcel sin haber sido sentenciado, y que su primera declaración fue arrancada mediante torturas. Lo que sí sé, es que nos urge buscarle remedio a la corrupción y la impunidad que caracterizan al actual régimen.

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