En reacción a la caravana denominada Viacrucis del migrante, en la que participaron cientos de centroamericanos –algunos de los cuales pretendían llegar a la frontera norte de nuestro país– quienes quedaron varados en Matías Romero, Oaxaca, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, amenazó ayer con emplazar efectivos militares en la frontera sur de su país, cancelar su participación en la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y suspender la ayuda monetaria de Washington a Honduras.

Cuando quedó claro que la marcha de los migrantes no podría continuar y se había dispersado a petición del gobierno mexicano, éste, por medio del embajador Gerónimo Gutiérrez, pidió formalmente al Departamento de Estado una explicación sobre el despliegue de tropas y calificó ese acto como no bienvenido. Horas más tarde, el canciller Luis Videgaray aseguró en Twitter que la política migratoria mexicana se ejerce de manera soberana y conforme a derecho y no a partir de presiones o amenazas externas y aseguró que la caravana se dispersó por decisión de sus participantes. Una parte de ellos decidió continuar su viaje hacia Estados Unidos en pequeños grupos, en tanto que otros expresaron su deseo de permanecer en México.

El mandatario del país vecino no desaprovechó la oportunidad para fabricarse una victoria y colocar al gobierno mexicano en una situación embarazosa, al asegurar que éste acató la demanda de disolver al grupo de migrantes; lo hizo porque les dije que tendrían que hacerlo, sostuvo el magnate republicano, quien en días previos dibujó un panorama grotescamente distorsionado del grupo de migrantes, a los que describió prácticamente como una horda que se acercaba a territorio de Estados Unidos para internarse en él, aprovechándose de las débiles leyes migratorias de ese país. Tal panorama resultaba tan falso como eficaz para agitar la histeria xenofóbica de importantes sectores de la sociedad estadunidense, a la que el propio Trump debe, en parte, su triunfo electoral del año antepasado.

Con la escenografía de una nación a punto de ser tomada por asalto por bárbaros procedentes del sur, el mandatario completó el montaje con un alarde de hostilidad y prepotencia militar por demás innecesaria, capacidad sancionadora en lo económico y amenazas de suspender el TLCAN. Así, se exhibió como un hombre fuerte y determinado a defender a su país, por más que el enemigo era un conjunto de víctimas de la violencia y la desesperanza económica, muchas de ellas agrupadas en familias, que pretendían acudir a Estados Unidos en busca de asilo. Adicionalmente, el inquilino de la Casa Blanca aprovechó la circunstancia para presentar al gobierno mexicano como sumiso y obsecuente. Fue, en suma, un montaje para pavonearse ante su electorado y distraer a la opinión pública de su país de las dificultades que enfrenta su administración en el ámbito doméstico.

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