Iván Restrepo

Vivo desde 1960 en la centenaria colonia Condesa. Entonces había apenas unos cuantos restaurantes, como el Sep’s y el Balatón, de comida húngara. Dos que tres peluquerías, la cafetería y farmacia Lido, el mercado de Michoacán, dos vidrierías, una caseta de policía, recauderías, reparadoras de calzado, el cine Lido, taquerías, un billar, dos churrerías, panaderías, neverías, la reparadora de artículos eléctricos de los Figueroa, una vulcanizadora. Tres cantinas, un hotel de paso en la avenida Michoacán y el expendio de licores más frecuentado, el de Valentín, por venderlos en horas no permitidas.

La colonia albergaba a mexicanos de clase media y a familias que migraron huyendo del nazismo o la dictadura de Franco. Otros para prosperar económicamente. Sus pulmones verdes, los parques México y España, eran tranquilos, cuidados y sitio de reunión de las familias especialmente los fines de semana. La colonia envejecía frente a las nuevas establecidas en otras partes de la ciudad y a las que se mudaron las familias que lograban éxito económico. Con el sismo de 1985 otras migraron especialmente a Polanco, Anzures y Tecamachalco.

Todo comenzó a cambiar a finales del siglo pasado con la apertura de restaurantes. El Garufa fue el primero que puso mesas en la banqueta. Y ya en este siglo la Condesa se puso de moda, pero sin planeación alguna, por un dejar hacer y abusar de las autoridades. Donde funcionaban pequeñas y variadas tiendas, hoy decenas de cantinas, bares, mezcalerías y cevecerías. Se apoderaron de las banquetas y de las calles donde antes los vecinos dejaban estacionados sus coches. El crimen organizado llegó para lavar dinero, vender drogas y extorsionar, y proteger especialmente los negocios donde se venden. También arribó el comercio ambulante, fuente de enriquecimiento de sus líderes e inspectores de la vía pública y votos en las elecciones.

En este sexenio llegó otra plaga: la compra de casas edificadas en terrenos que miden entre 150 y 200 metros cuadrados, para derribarlas y construir edificios de departamentos y oficinas. Esa plaga tiene el apoyo de las autoridades de la ciudad que eliminaron disposiciones muy claras sobre dónde, con qué especificaciones técnicas antisísimicas, calidad de materiales y densidad se podía edificar. Próspero negocio para empresas consentidas de los funcionarios. La corrupción en su máxima expresión. Las protestas de los vecinos no son escuchadas. Y cuando sí, un juez concede un amparo para que la empresa destructora siga violando la ley. Aunque en la Condesa viven más de una docena de articulistas y personajes de la cultura, con muy contadas excepciones se han ocupado de denunciar lo que ocurre.

El temblor del pasado 19 de septiembre fue el detonate para que, finalmente, mis vecinos y los de la Hipódromo y Roma cuestionaran el lamentable quehacer de las autoridades al alentar el crecimiento del mobiliario urbano sin las mínimas normas de seguridad y sostenibilidad. Los muertos, damnificados y daños a escuelas, comercios, oficinas, mostraron que, en vez de gobernar para el bien común, proteger a la poblacion y prevenir los efectos de los desastres, los funcionarios hacen lo contrario. Igual, la Asamblea Legislativa de la ciudad, ejemplo de inoperancia e irresponsabilidad extremas. Ninguno de los servidores públicos que han concedido ilegalmente licencias a diestra y siniestra ha sido cesado y consignado penalmente.

Recién esa asamblea aprobó un cuestionado programa de reconstrucción y recuperación de la ciudad. Y pronto el gobierno capitalino publicará el nuevo reglamento de construcciones y sus normas técnicas. Pero la menos consultada para elaborarlo fue la población. Como en las delegaciones más afectadas por el sismo reciente, todo indica que seguirá la corrupción y la impunidad entre autoridades, constructoras y dueños de los más diversos giros comerciales que saturan la Condesa (y sus vecinas Hipódromo y Roma) y alteran la vida de las familias que las habitan. En vez de poner orden en ellas y en otras más, los funcionarios están ocupados en asegurar su sobrevivencia política.

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