Abraham Nuncio

Los botes de mezcla pasaban de unas manos a otras creando un efecto plástico que mi superocho registraba fielmente.

Esa escena y otras sugerían un gran movimiento apícola. Eran los habitantes –hombres, mujeres, menores de diferentes edades del asentamiento ilegal llamado Tierra y Libertad– durante uno de los que llamaban domingos rojos: trabajo voluntario en obras colectivas de beneficio compartido. Participaban en la cimbra de la placa de la primera escuela en la colonia.

El movimiento de colonos había involucrado a mil 500 familias en busca de resolver su problema de falta de vivienda. Eran las primeras señales de extenuación del Estado benefactor. Manuel Castells lo consideraba como el de mayores dimensiones en América Latina. Lo lideraban universitarios del ala radical que no tomó las armas.

La sociedad mexicana no percibía el vigor que algunos de sus sectores le aportaban y de la renovación que entrañaban sus iniciativas. La burguesía ululaba por el atentado al tótem de la propiedad privada; la seguía un cierto sector de la clase media cucufata y los medios que se hacían eco de los aspavientos clasistas contra los pobres. Autoconstrucción en tierra que no era de su propiedad, no; mejor dádivas como las que ahora permiten autopromoverse políticamente a los soberanos de la clase en el poder y a sus servidores. Y por de pronto, represión. Paura (miedo en italiano) se apellidaba el jefe policiaco que la encabezó. Seis colonos muertos y numerosos heridos. La movilización del colectivo de Tierra y Libertad logró que creciera su protesta, sobre todo en la universidad pública donde tenían el apoyo de su rector. La intervención del presidente Echeverría frenó las respuestas represivas.

La organización de Tierra y Libertad introdujo una ética social que preservó a la sociedad regiomontana de conductas lumpen, actos criminales, pelagra humana. E inauguró nuevos valores de una dignidad faltante: la de la mujer en la construcción de la polis mediante la recuperación de la palabra, la participación en la asamblea y el respeto a su género.

Esa es una deuda que no sólo no le ha sido reconocida a ese movimiento, sino que es aprovechado cualquier motivo para hacerla objeto de escarnio. Un conocido activista político y editorialista de El Norte, con motivo del ataque a los centros de Desarrollo Infantil (Cendis) y a sus responsables, ha descrito a los colonos libertarios como los culpables de practicar una cultura contraria a la nuestra y los ha llamado comunistoides. Plúmbea ironía. Así llamaron a su padre, el gobernador Eduardo Livas Villarreal, cuando defendía la atingencia de los textos escolares gratuitos.

El castigo por no conformarse con un destino social justificado por una legalidad y hábitos sociales injustos estuvo a cargo de otro gobernador (Alfonso Martínez Domínguez) llamado por los empresarios para poner orden en los ámbitos que habían escapado a su control: el de los tierros, como peyorativamente les llamaron sus adversarios y/o enemigos a los protagonistas del movimiento Tierra y Libertad, el de los universitarios y el de los obreros de la Fundidora Monterrey.

Martínez Domínguez creó un programa de inconfundible traje burgués: Tierra Propia. A los que lo rechazaran no les serían legalizados sus predios ni se les darían los servicios públicos. Como si aquellos que han construido arriba de la cota permitida en San Pedro Garza García, el Estado se los negara; de ninguna manera: la estación de bombeo más lujosamente construida en todo Nuevo León es la que conduce el agua hasta las residencias de los infractores ricos dotadas de piscinas. Nuestra cultura.

Con la medida de Martínez, la tensión que ya existía entre los dos lideratos de Tierra y Libertad culminó en una ruptura definitiva. Pero para escarmentar a aquellos que no se sometieran a su política, el antiguo regente del Distrito Federal encarceló a Alberto Anaya, el líder insumiso, así como lo hizo con varios de los obreros de Fundidora. Y a los universitarios los lastró con un rector que expulsó a los académicos, sin importar que algunos fueran doctores, identificados de izquierda. Era la respuesta a la paz social que exigían los empresarios regiomontanos.

La burguesía quiere combatir los efectos de la pobreza con policías, soldados, patrullas, carros militares, y luego con dádivas durante los procesos electorales. No le ha interesado, en lo mínimo, explorar alternativas para combatir las causas de esa pobreza.

Esas alternativas están en, al menos, permitir que afloren condiciones e iniciativas semejantes a las que dieron lugar a un gran impulso educativo en las colonias hermanas de Tierra y Libertad (Mártires de San Cosme, Mártires de Tlatelolco, Revolución Proletaria, Francisco Villa, Genaro Vázquez Rojas y otras). Allí se edificaron numerosas escuelas y centros de salud. Tal impulso se tradujo en la escuela Primaria Tierra y Libertad, los Centros de Desarrollo Infantil, la Preparatoria Técnica General Emiliano Zapata y la Universidad Emiliano Zapata, entre muchas otras unidades educativas.

A Tierra y Libertad, antes que atacarla como fenómeno con fines turbios, hay que estudiarla.

e-max.it: your social media marketing partner