Jorge Carrillo Olea

Estamos a casi 30 días del informe presidencial del primero de septiembre, el que, de acuerdo al artículo 69 de la Constitución, debe presentarse por escrito manifestando el estado general que guarda la administración pública del país. La práctica de no hacerlo sólo por escrito, si no presentar una síntesis verbal que fue observada por décadas desde 1917, se suspendió en 2006 ante la intemperancia insolente de los señores legisladores que hicieron del acto señorial una oportunidad para lucir su primitivismo, dando así al presidente la escapatoria que hoy prevé la Constitución. El 15 de agosto de 2008, finalmente se reformó el propio artículo 69. Así se terminó lo que en el santoral político se llamó el día del presidente.

Esa reforma cobra hoy particular interés con relación al que será el quinto Informe de gobierno de Enrique Peña Nieto. Habría en esa ocasión tanto, tan dramático y trascendente que informar, tanto tan urgente de explicación y prospectiva que sería un gran acto de democracia reivindicativa para Peña Nieto, pero no lo será. El presidente ha tenido por costumbre presentar un informe articulado en el modelo de su Plan Nacional de Desarrollo, expresando su objetivo general, llevar a México a su máximo potencial y en sus ejes: México en paz, México incluyente, México con educación de calidad, México próspero y México con responsabilidad global.

Esas frases con que identificó sus propósitos y compromisos en aquel entonces sonaban casi poéticas, bien escogidos los vocablos, atrayentes. Hoy parecen una cruel ironía, pues repasando a cada una de ellas, se verá que, sin desconocer esfuerzos y logros parciales, después de cinco años, en muy poco corresponde aquella expectativa con la realidad. La irritada opinión pública, expresada en análisis de expertos, en conversaciones intencionales y en la simple convivencia popular, carece de disposición para escuchar las alabanzas que seguramente nos recetaran por logros en el mejor caso sólo parciales.

La opinión pública preferiría explicaciones honestas sobre todos aquellos hechos y circunstancias nacionales que la están lastimando. Cómo explicar que la pobreza ha crecido pese a todo. El presidente ya rubricó su sexenio como el del empleo, entonces, entiéndase que, según él, ya no hay pobreza. La verdad es que la pobreza aumentó en dos millones de personas entre 2012 y 2014, al pasar de 53.3 millones de personas (45.5 por ciento) a 55.3 millones de personas (46.2 por ciento) y hoy hay 64 millones de habitantes en la pobreza, o sea 53 por ciento de ella, según el Coneval.

¿Cómo no aceptar que el fracaso también tiene sus ejes y que el principal, el detonante de tanto ahogo, es la pobreza? Otros ejes serían la grave deficiencia de los servicios públicos, principalmente salud, seguridad y justicia, empleo y el desatino de nuestra política exterior, que nos ha llevado a una situación de confrontación y aislamiento. La corrupción va por aparte, hemos tenido escandalosas muestras en todos los niveles imaginables.

La necesidad de la población es escuchar a un jefe de Estado y no el pobre discurso habitual. Oír hablar de un México próspero, en paz, incluyente y respetado es doloroso cuando todas las señas que el hombre de la calle sabe leer nos dicen lo contario. Ese hombre de la calle, como nunca, ya no sólo se preocupa por su bienestar del momento. Es cada día más frecuente escuchar la frase coloquial pero demoledora de qué país les dejaremos a nuestros hijos. Por eso es legítima la exigencia de oír del presidente un claro pronóstico de a dónde vamos como país ya bien empezado el siglo XXI.

Sí, en efecto, es válida la percepción social de que la vida en México es precaria y poco alentadora para los más de sus hijos. Ella más lastima cuando se observan esas ofensivas muestras de exuberante riqueza presentes en muchas urbes. Si la pobreza es creciente, igual lo es la desigualdad. La verdad es que ésta es polarizante y creciente, cada vez más lastimosa.

De cosas así se desearía escuchar al presidente. Es su última oportunidad de ser honesto. A partir de septiembre, el país entrará en una vorágine de acusaciones, autoelogios, promesas y estupideces que impedirán aprovechar la oportunidad de que el presidente sostenga un diálogo fraterno con su pueblo. El enojo social es creciente, hay indignación que puede llegar a ser una ira incontenible, de alcances inimaginados. Hasta hoy somos una sociedad mansa, lacia, pero todo tiene un hasta aquí indeseable.

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