Ángeles Cruz Martínez

En ese momento en que todo se movía, lo más importante era ‘‘reconectar’’ el corazón y que volviera a latir, por lo que los médicos aceleraron todo el proceso. El sismo no detuvo al cirujano David Arellano Ostoa ni al equipo que lo apoyaba en quirófano. Era la última fase de la cirugía en la que llevaban cinco horas para remplazar la arteria pulmonar de Mariana, de nueve años de edad.

La mañana del jueves 7 de septiembre la niña llegó en una condición muy grave al Hospital General del Centro Médico Nacional La Raza, del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). No podía respirar. Prácticamente no pasaba sangre del corazón a los pulmones debido a la infección que presentaba en la arteria sintética que en ese mismo nosocomio le habían colocado cinco años atrás.

En entrevista, el especialista comentó que a diario realizan cirugías en niños. La demanda es alta y creciente, sobre todo en recién nacidos a causa de malformaciones congénitas. Todos son casos urgentes.

Ese día le tocó a Mariana, quien tenía un riesgo muy alto de presentar una complicación mayor. Por eso la cirugía para remplazar la prótesis era inaplazable y se inició a las 18 horas con el doctor Arellano, jefe del Departamento de Cirugía Cardiaca Pediátrica, al frente. Lo primero era retirar el injerto y tomó varias horas. Para poder cambiarlo hubo que detener el corazón de Mariana durante aproximadamente una hora y conectarla a una máquina de circulación extracorpórea que la mantuviera estable.

Eso hicieron. El cirujano hizo el remplazo de la arteria –por otra igual sintética– y se disponía a realizar lo que llamó ‘‘destete’’ de circulación extracorpórea, cuando empezó el movimiento telúrico que tuvo una magnitud de 8.2. El quirófano se localiza en el séptimo piso del hospital. Las lámparas, los trípodes, ‘‘todo se movía’’, menos los médicos y las enfermeras.

Así recordó Arellano esa noche. Dijo que su mayor preocupación era que se fuera la energía eléctrica. Aunque todos los equipos tienen un respaldo de batería, siempre hay un riesgo, por lo que mientras la tierra se movía, ellos se apresuraron a reconectar el corazón de Mariana. Todo salió bien y la paciente se está recuperando.

Para el cirujano cardiólogo pediatra esa fue una experiencia más de un sismo en un hospital. De hecho, él es sobreviviente del de 1985. Era residente del primer año de la especialidad en el Hospital General de México. Estaba en el edificio de la residencia, que en esa ocasión se cayó. Arellano alcanzó a salir, pero varios de sus compañeros fallecieron.

Esa y otras vivencias le han enseñado la importancia de mantener la calma y la concentración en su paciente. Destacó la actitud de sus compañeros, que tampoco se movieron del lugar. ‘‘En otras ocasiones me ha tocado ver que las enfermeras salen disparadas cuando tiembla y ahora no pasó. Se quedaron’’.

Esa es vocación y compromiso, afirmó. Es el mismo que él tiene con todos los infantes que presentan alguna malformación cardiaca y que comentó en la conversación con La Jornada. En los pasados cinco años prácticamente se duplicó la cantidad de recién nacidos con problemas de este tipo. En 2016, el área que coordina Arellano realizó 60 cirugías y en este año ya van 50. Entre lunes y miércoles ya tiene en agenda tres operaciones urgentes. Son bebés de entre 9 y 12 días de nacidos.

Cada vez llegan más recién nacidos con padecimientos de esta naturaleza, en parte por el aumento en la capacidad de diagnóstico. ‘‘Quisiéramos poder atender a más, pero el espacio es limitado. Se requiere una reorganización en los hospitales para dar cabida a más pacientes’’, sostuvo el cirujano.

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